ven. Mai 23rd, 2025
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INTRODUCCIÓN

El pasaje conciliar: “La criatura sin Creador se desvanece” (GS 36, 3) es muy rico en implicaciones sociales. Me inspiró a reflexionar sobre la dimensión teológica de la existencia humana en el contexto de Covid-19[1]. También podemos deducir de ello que, desde los últimos siglos hasta nuestros días, el mundo quiere quedarse sin padre, porque ha optado por rechazarlo e incluso ha renunciado a ser hijo. Sin embargo, la paternidad es una cuestión central para que la familia y la patria renazcan y permanezcan, como afirmó Juan Pablo II durante su primer viaje a Polonia en 1991 en su homilía en Kiece. En efecto, la familia, empezando por la paternidad, es una de las líneas transversales del pensamiento del Papa Wojtyla, antes, durante y después de su acceso al Pontificado. Es también una de las claves de la nueva evangelización que tanto promovió como expresión nueva, ardiente y metódica del anuncio de la Buena Noticia en nuestro siglo[2].

Quiero considerar una aproximación analítica a esta doble realidad relacionada: “paternidad y filiación” que se superponen entre los horizontes teológico y antropológico. Lo importante es examinar las consecuencias de la negación de la paternidad y la renuncia a ser hijo en la sociedad contemporánea y en la Iglesia, y conviene preguntarse: ¿nos hemos convertido en una sociedad sin padre? Dos puntos cubren lo esencial de esta reflexión sobre la negación de la paternidad y su destino en la era posmoderna.

1.         Negación de la paternidad

¿Qué es la paternidad? Etimológicamente, explica Alejandra M. Planker de Aguerre:

« el término “paternidad” deriva del latín paternitas, -atis y significa la cualidad de padre o progenitor, que puede extenderse al padre y a la madre, como cuando nos referimos a la “paternidad responsable”. Este es el sentido amplio y moderno de paternidad, pero vemos que en sus orígenes aludía especialmente a dos funciones relacionadas que eran el cuidado y respeto que debía procurar el varón a su tierra (patria), y el cuidado de la familia en su carácter de sostén económico (patrimonio) y religioso (pater familias y sacerdos). En este sentido, vemos que la paternidad hace referencia a una función paterna que no queda limitada a la reproducción biológica, sino que se entiende en una dimensión más amplia: social, económica, educativa, afectiva y religiosa »[3].

En efecto, Thomas Wolfe escribió que la búsqueda más profunda de la vida, lo que es esencial de un modo u otro para la humanidad, era el anhelo de todo ser humano de encontrarse con un padre; no simplemente un padre de su carne, ni un padre perdido de su juventud, sino la imagen de una fuerza y una sabiduría, ajenas a sus necesidades y superiores a su anhelo, a los que podría haber unido la fe y el poder de su propia vida[4].

Por lo tanto, debemos preguntarnos qué motiva la búsqueda de un padre. ¿Por qué el descubrimiento de la figura paterna es una preocupación fundamental para la autocomprensión y la posibilidad de descubrir el sentido de la propia vida? El texto de Thomas Wolfe que acabo de mencionar en el párrafo anterior expone esta preocupación de forma radical: cuestionar la figura del padre, reconocer la necesidad de esa búsqueda, es abordar una cuestión esencial para la vida del ser humano[5].

a) La herida de la paternidad

« Vivimos tiempos de crisis para la familia », señala Blanca Castila Cortázar, quién se hace unas preguntas: «¿Qué le ha ocurrido a la sociedad para que la paternidad no sea evidente sino una especie de agujero negro, una figura rechazada, un interrogante cada vez mas problemático? A la sociedad actual, contesta, le han ocurrido muchas cosas, todas ellas con una raíz común: la crisis de la genealogía personal y la crisis de la genealogía por amor ». En efecto, « cada persona humana, por serlo, tiene como ‘’lo suyo’’ un origen personal y la primera identidad humana es la filiación. Por ser personas, de entrada somos hijos de unos padres. Ser ‘’hijo’’ y ser ‘’padres’’ no es un nexo meramente biológico. La biología no tiene capacidad para dotar de todo su significado a las nociones de filiación y paternidad humanas en la que hay un vinculo entre personas, pues la generación humana tiene un significado personal »[6].

De hecho, hay que recordar que la crisis familiar comienza por la de la paternidad, que tiene diversas causas y consecuencias. Cito: la ausencia del padre en la familia, la disociación entre matrimonio y paternidad y maternidad, la renuncia a ser hijo[7].

« Como todos sabemos, explica el sacerdote francés Jacques Philippe, hay hoy una crisis de la paternidad. La paternidad es con frecuencia descalificada, toda paternidad o autoridad es sospechada de ser abusiva o agobiante. La imagen del padre en cultura moderna es a menudo pálida e inconsistente, caricaturizada, frente a una mujer más inteligente y fuerte… Pocos son en la sociedad moderna los hombres que presentan una imagen positiva de la paternidad. Los padres de familia no juegan siempre el papel que deberían asumir y no saben ya muy bien cómo situarse. La paternidad está en dificultad en la Iglesia; el mundo de la educación y de la escuela sufre también. No hablamos de los políticos, que dan más a menudo la impresión de ser niños que discuten que personas que tengan alguna oportunidad de ser un día reconocidos como ‘’padres de la nación’, como algunos predecesores»[8].

¿Qué significa, en lenguaje sencillo, negar la paternidad? ¿Qué significa renunciar a ser hijo? Por qué el padre se ha convertido en el ‘’ausente inaceptable’’ de que habla Claudio Risé, ausente porque ya no se le encuentra, inaceptable porque se le sigue necesitando, a pesar de todo ? La cuestión es antigua, explica José Granados, teólogo español. Se puede decir que hay una tentación natural en el corazón humano, que tiende a rechazar al padre. El relato originario de la caída en el libro del Génesis atestigua la herida de la paternidad. Así al menos lo ha leído Juan Pablo II-Karol Wojtyla en su obra de dramas Hermano de nuestro Dios y esplendor de paternidad. El pecado se vuelve en primer lugar contra Dios, contra su carácter paternal. Se trata de una desconfianza hacia su bondad primera y de un rechazo del camino marcado en su mandamiento. La tentación consiste en pensar que Dios no es un padre, sino amo que tiraniza a su criatura; que tiene celos del crecimiento del hombre. Es interesante ver cómo, perdido este horizonte de la paternidad divina, el amor mutuo de Adán y Eva, que no parece haber sido dañado directamente por el pecado, pronto sufre las consecuencias. Surge así la lógica del dominio que se introduce en las palabras de Dios tras el pecado: ‘’él tendrá dominio sobre ti (Gn 3, 16). Cuando el hombre ya no se reconoce como hijo, le es imposible ser esposo y se quiebra también su apertura a la paternidad[9].

Continuando en la misma dirección, José Granados nos refiere a la lectura de Karol Wojtyla sobre la paternidad subrayando que el suyo es un punto de vista original porque lee en el pecado de Adán una fuga ante su misión paterna. En el pecado, la paternidad y la maternidad han quedado dañadas. En concreto Juan Pablo II nos retratará un Adán que huye, a la manera del profeta Jonás, rechazando la grandeza de la misión a él encomendada. Se muestra una vez más que le pecado consiste en esconderse en un agujero; no es tanto ansia de grandeza como deseo de pequeñez, de excluirse de la gran tarea de la vida. Y así, consecuencia de la negación de dios como padre es el olvido de la propia misión paterna. Adán prefiere la soledad y el aislamiento a tener que cargar con el destino de otros. Son los pecados de paternidad que ha descrito Gabriel Marcel, y que es interesante revisar. Está por un lado el padre que se esconde de los hijos, que no quiere saber nada de ellos, que se niega a reconocerlos’’[10].

            En realidad, el problema de la negación de la paternidad tiene una causa mucho más profunda, que es la renuncia a ser hijo (por parte de los que se supone que se reconocen como hijos) en relación con los padres. Ciertamente, es una actitud interior de no aceptación de la propia filiación en relación con los padres y, más radicalmente, la no aceptación del origen que emana de Dios. En su magnífico libro Hermano de nuestro Dios y esplendor de paternidad, Karol Wojtyla expone el desorden que el pecado ha introducido en la intimidad humana, especialmente en el hombre; este pecado consiste en sentirse independiente, sin ser deudor de nadie, y así encerrarse en el aislamiento, en la soledad existencial.

            Hay que entender aquí una especie de orgullo que impide aceptar la condición filial, es decir, aceptar que lo que soy, lo he recibido de otro. Es el sueño utópico de la libertad absoluta, de la emancipación total -que se ha generalizado, sobre todo en los tiempos modernos- y una resistencia a aceptar el amor, mientras que en este caso, lo que corresponde al hombre es la aceptación de la filiación[11], ésta siendo “la primera identidad que humaniza adecuadamente”[12].

            Non obstante, señala :

«no es el padre en sí lo rechazable, sino la relación que se establece con el hijo. En este caso, parecería que la causa más fuerte para negar la presencia del padre es el hecho ineludible de que el padre al engendrar dona un sentido al que es engendrado. Este sentido está ligado (podría decirse “religado”) al acto de la generación. Sin padre no hay hijo. La filiación exige la paternidad y su consecuente aceptación. Cuando afirmamos que el acto de generación da sentido al ser del engendrado, significa que le señala el camino hacia su realización personal: lo remite a un origen y lo orienta a una meta. Puede saber de dónde viene y hacia dónde puede dirigirse. Cuando la paternidad es considerada como un inconveniente, es porque se la piensa como la causa que anula la libertad de obrar y hacerse como a cada uno le plazca (como si la libertad fuese de algún modo absoluta para el ser humano…)»[13].

            Desde este punto de vista, pretender dar origen a uno mismo psicológicamente implica una patología de auto-referencialidad ontológica. El eclipse del origen implica el miedo del hombre contemporáneo a salir de sí mismo para convivir con Dios y con los demás. Ese miedo es una falta de esperanza, una incapacidad paralizante que nos impide avanzar, porque no hay fundamento, ni apoyo, ni respaldo. Sin embargo, para ser padre hay que aceptar el propio origen y aprender a ser hijo.

En este sentido, además, confirma Alejandra M. Planker de Aguerre:

« se niega al padre para afirmar que la libertad del hijo debe ejercerse desvinculada de la paternidad. Esta desvinculación pretende eliminar cualquier tipo de ataduras que lleven al hijo al reconocimiento de haber recibido el don de la vida »[14].

            b) De la crisis de la paternidad a la crisis de la masculinidad

            La crisis de la paternidad ha llevado a una crisis de la masculinidad, que es inevitable, pues a fin de cuentas la virilidad verdadera no puede alcanzarse sino en una cierta forma de paternidad. Si ser padre es un atributo masculino -sólo un hombre puede llegar a serlo-, la crisis de la paternidad ha provocado una crisis de la masculinidad, que hoy es tan perceptible entre los hombres adultos como entre los jóvenes, aunque con causas distintas. En estos sistemas, podemos señalar el derrumbe de las estructuras patriarcales: muchos seres humanos están naciendo sin vínculos de amor, debido a la proliferación de la homosexualidad o a las disfunciones de la teoría de género[15].

            En el marco del tema de la diferencia sexual[16], continúo la reflexión con la antropología de la masculinidad afirmando desde el principio la existencia de ataques a la masculinidad como uno de los signos claros de nuestro tiempo. Desde el principio, se observa una característica general negativa de la masculinidad: los hombres son agresivos, violentos y machistas, mientras que las mujeres son tiernas, sensibles y cooperativas.

            Más allá de la igualdad como objetivo normal del feminismo tradicional, asistimos ahora, en Europa, América y otros lugares, a un feminismo loco, conocido como feminismo de 4ª generación, que está en la lógica de exterminar al género masculino, culpable de todos los vicios y abusos contra las mujeres, y que sólo las mujeres serán dignas y humanas cuando todos los hombres sean exterminados. Las feministas radicales llegan a querer evitar el nacimiento de varones optando por el aborto y el infanticidio. Esta marcada tendencia al odio hacia los hombres sale a relucir en las manifestaciones públicas de las asociaciones y colectivos feministas con eslóganes que incitan al odio y al exterminio de los hombres. Y lo más grave es el apoyo incondicional que reciben estas asociaciones por parte de los poderes públicos y los lobbies, que no condenan estos actos, consignas, panfletos y manifestaciones, que están teñidos de una especie de nuevo nazismo en el que el feminismo radical pretende luchar por la superioridad de la mujer, a la manera de los nazis que creían en la superioridad de la raza aria. Haciéndose pasar por víctimas del patriarcado, del machismo, etc., estas neofeministas han llegado al punto de discriminar abiertamente al género masculino con el apoyo de leyes especiales a favor de la raza feminista. Mientras hablan y denuncian el ‘’genocidio femenino’’ y el ‘’terrorismo machista’’ por violencia de género, uno se sorprende al ver que recurren a la hipertrofía de datos y al uso interesado de casos de muertes de mujeres por violencia de hombres, presentando el homosexualismo (la homosexualidad), la promiscuidad y el aborto como salida para liberar a las mujeres o asegurar su autonomía y superioridad. La heterosexualidad no debe sobrevivir para asegurar la supervivencia de la especie femenina, creen estos vendedores de ilusiones (acosadores)[17].

            Según el cardenal Robert Sarah, la crisis de la figura masculina en la sociedad contemporánea no tiene sentido, dado que los dos sexos, hombre y mujer, son por naturaleza complementarios: se necesitan mutuamente; deben buscar y cultivar esta diferencia, según la cual cada uno de ellos puede realizarse plenamente. Continuando con su explicación, sostiene que la guerra de género que se ha detectado como reemplazo de una lucha de clases obsoleta, sólo conduce a la caricatura de la masculinidad y la feminidad. Hoy en día, la masculinidad se ha reducido a una especie de violencia o crudeza.

            En efecto, dice el autor de Dios o nada. Entrevista sobre la fe (2015), el alma masculina se caracteriza por su vocación de paternidad en todas sus manifestaciones: carnal, espiritual, intelectual o artística[18].

A expensas de lo que se acaba de señalar, el hombre posmoderno, que ha juzgado ridícula la figura del padre, ha visto y celebrado de hecho su muerte, incluso la de Dios. Esto ha puesto a la sociedad contemporánea en una situación de búsqueda ansiosa del padre perdido.

En este sentido, para el prelado guineano, podemos dar un sentido auténticamente teológico a la ‘’muerte del padre’’ que reclama la filosofía occidental. Es, de hecho, el antiguo deseo destructivo de no recibir nada de nadie para no deber nada a nadie. Sin embargo, la dignidad del hombre consiste en ser fundamentalmente deudor y heredero. ¡Qué maravilloso y liberador es saber que existo porque soy amado! Soy el fruto de la voluntad libre de Dios que, en su eternidad, ha querido mi existencia. Además, ¡qué reconfortante es reconocerse heredero de un linaje humano en el que los hijos nacen como fruto del amor de sus padres! ¡Qué fructífero es reconocerse deudor de una historia, de un país, de una civilización! No creo, añadió el cardenal Sarah, ‘’que haya que nacer huérfano para ser verdaderamente libre’’. Nuestra libertad sólo tiene sentido si alguien diferente a nosotros le da contenido libremente y por amor. ¿Qué seríamos si nuestros padres no nos hubieran enseñado a caminar y a hablar? La herencia es la condición de la auténtica libertad[19].

Al final, el autor de Al servicio de la verdad. Sacerdocio y vida ascética (2021), una sociedad sin padre no puede ser equilibrada. Además, afirma, la imagen del padre ha cambiado a menudo en cuanto al discurso y las representaciones sociales, pero no se trata de eso. Si la figura simbólica de lo que significa el padre se cambia -se oculta-, ni la madre ni el hijo pueden ser felices. Desde hace algunos años, la simbología de los sexos se ha difuminado. El padre es el símbolo de la transmisión, la diferencia y la alteridad: son realidades que se han vuelto difíciles de entender en el mundo moderno[20].

c) La utopía delirante del laicismo posmoderno

Ahora bien, hemos alcanzado a ser más humanos sin Dios, sin padre ? En efecto, hoy todos nos sentimos humanistas. Todos estamos de acuerdo en que, de una manera o de otra, debemos buscar la liberación plena de la humanidad. El verdadero problema surge cuando nos preguntamos cómo se puede hacer al hombre más humano.A partir, sobre todo, de Ludwig Feuerbach y Karl Marx, la crítica atea a la religión ha insistido en que es necesario suprimir a Dios para lograr el nacimiento del verdadero hombre. Sólo cuando «el hombre sea el ser supremo para el hombre», la humanidad se pondrá en camino hacia su verdadera liberación. Que el hombre sea el dios y creador de sí mismo puede resultar ciertamente seductor al hombre contemporáneo. Pero, ello no quiere decir que lo haga más humano.Quizás, la cuestión más decisiva para el futuro de la fe entre nosotros y del humanismo cristiano sea la de saber si el hombre puede ser más humano sin Dios. ¿Cuándo es el hombre más grande y más humano, cuando sabe vivir desde la fe en el Dios liberador de Jesús, o cuando se le diviniza y se le deja solo, como dueño y señor de su existencia? El mensaje de Jesús es un verdadero reto. Según el evangelio, el hombre no puede darse a sí mismo la salvación plena que anda buscando desde lo más hondo de su ser. Sólo cuando acepta a Dios como único Señor y lo sabe acoger como origen y centro de referencia de todo su ser y su quehacer, puede el hombre alcanzar su verdadera medida y dignidad. Desde Dios puede descubrir el hombre los verdaderos límites de su ser y la grandeza de su destino[21].

Otras preguntas: ¿Puede alcanzar el hombre su salvación total desde su esfuerzo autónomo y solitario? ¿Puede el hombre existir alguna vez como un ser autónomo, dueño de su existencia? Lo importante es verificar cuál es el ‘’dios’’ al que se somete y de quien hace depender su vida. Descubrir cuál es el ‘’dios’’ público o privado al que adora. En realidad, para cada uno de nosotros, ‘’nuestro dios particular’’ es aquél al que rendimos totalmente nuestro ser. Todos conocemos el nombre de muchos de estos dioses: dinero, salud, éxito, sexo, poder, trabajo, rendimiento, prestigio, eficacia… El relato evangélico de la pesca milagrosa en el lago de Galilea en Lucas (5, 1-11) nos invita a reflexionar ‘’en nombre de quién estamos echando las redes’’. Pues es fácil pasarse toda la vida luchando sin lograr llenar de contenido verdaderamente humano nuestra existencia diaria[22].

            Este contexto describe los efectos de una decadencia moral que ha conducido a una crisis antropológica sin precedentes en nuestra era contemporánea. En cualquier caso, esta deriva contemporánea me ha llevado a acuñar la expresión -quizá inapropiada pero adecuada para describir lo que ocurre a nuestro alrededor- de la utopía delirante del laicismo posmoderno, que nos hace creer que el hombre puede vivir sin Dios (ateísmo), que niega toda referencia a la verdad y al bien objetivo (relativismo ético, negaciónismo), que nos convence de que la persona se autoconstruye para ser libre (conciencia individual autónoma), que niega la diferencia sexual entre lo femenino y lo masculino (deconstrucción antropológica), que, finalmente, considera la familia como una invención humana, sociológica y cultural (la llaman familia en todas sus formas).

            Además, la delirante utopía del laicismo dominante, que se caracteriza así por la ruptura de las referencias trascendentales, tiende también a deconstruir los valores y estructuras fundamentales de la convivencia humana y del cristianismo. Destila el néctar envenenado que ha logrado su objetivo a gran velocidad al pretender anestesiar las conciencias. También transmite una especie de hipnosis colectiva que confunde las mentes y las conciencias, debilitando casi totalmente la capacidad de discernir entre el bien y el mal, a la vez que paraliza la acción consecuente, necesaria y moralmente vinculante, que pretende proclamar y promover el bien y desenmascarar o combatir el mal. Pues, el bien y el mal no pueden ser subjetivamente discutibles[23].

            Comentando este tema del sujeto postmoderna que es emotivista, Juan José Peréz-Soba habla de un vacío antropológico y moral que caracteriza al hombre contemporáneo[24].

2.         Ocaso del padre en nuestra era posmoderna

¿Constituye la negación del padre el ocaso de la paternidad actual? El problema de la figura paterna es hoy uno de los grandes dramas del hombre moderno, dice José Granados.

« Tras haber renunciado al propio padre, obsesionado por llegar a la edad adulta, se ha hecho incapaz de convertirse en padre, ha elegido el futuro de la técnica, controlado de antemano, y ha cerrado así el horizonte de su vida. ¿No puede describirse la era moderna como ‘’ocaso del padre’’? A partir de la edad de la razón, se absolutizó al individuo aislado, incapaz de pertenecer a otros o de apropiarse el destino de otros. La presencia de Dios se vio como incómoda para las pretensiones de un hombre que creía haber llegado ya una madurez insuperable »[25].

Varios análisis señalan hoy los efectos graves de esta problemática tendencia a rechazar al padre en el camino de la comprensión y la vivencia del amor en la familia, lugar donde se forja la identidad del hombre. Quedaba, por un lado, el amor puritano, en que el padre aparecía como una figura que reprime, que anula la libertad, con un autoritarismo opresor de los deseos individuales. Por otra parte, el amor romántico apareció como rebelión ante este padre odiado. El Romanticismo liberó los deseos, acentuó el papel de las emociones y, al hacerlo así, absolutizó el instante, pues no queria remontarse a un origen ni lanzarse hacia una meta[26].

¿Dónde nos deja esto? Así lo aclara José Granado:

«Siendo tan opuestos, el puritano y el romántico estaban unidos por un denominador común: el amor carecía de origen, había desaparecido el padre. Y en esta crisis estamos. La cosa se ha acelerado en los últimos tiempos. La paternidad, en la sociedad del ‘’amor líquido’’, es decir, un amor sin forma ni compromiso, reducido al querer autónomo del individuo, que hoy empieza y mañana acaba, que toma formas diferentes de día en día, ha perdido también su forma propia. La visión contemporánea nos ha acostumbrado a un amor que se forma y se disuelve en un instante, separado del camino de la vida’’. Sin embargo, la ausencia del padre es particularmente perceptible en la incapacidad de nuestra sociedad para estructurar el tiempo personal y social »[27].

Una vez más, señala José Granados, volvemos a la figura de uno de los personajes de la obra Le père humilié (Galimard, París 1920) de Paul Claudel, llamado Pensée, que vive en oposición a su padre mientras está enamorado de Orian. Ante el drama que experimenta, el rechazo de la figura paterna y la atracción del amor, la joven Pensée pronuncia esta frase de gran intensidad:’’lo importante no es saber de quién nacemos, sino para quién …’’. De este modo piensa haber solucionado la cuestión difícil que fragmenta su vida: uno puede lanzarse al amor sin preocuparse del origen; uno puede avanzar sin saber de dónde viene; puede combatir sin guardar sus espaldas. La joven representa de este modo un intento de vivir y amar sin padre, de construir una plenitud que no tiene otro origen que ella misma, su amor y su deseo de entregarse. Este es el dilema de la hija frente a su padre, comenta José Granados[28].

De hecho, la frase del personaje Pensée (lo importante no es de quién nacemos, sino para quién …) parece convencer a muchos: ¿no es el amor lo esencial? ¿Para qué anclarse en el pasado? El problema es que, cuando así sucede, cuando se pierde la conciencia del origen, el amor pronto se agota, es incapaz de proyectarse hacia el futuro. Entendemos entonces el error de nuestro personaje Pensée: es imposible vivir para alguien si no se vive de alguien y desde alguien; es imposible entregar el amor si no se recibe antes el amor; es imposible convertirse en esposa si no tiene antes un padre… ¿Hay esperanzas de que esto suceda, se pregunta José Granados?[29]

A este primer dilema, el teólogo español José Granados añade un segundo parecido -que explica el mismo problema del drama de la paternidad-: desde un punto de vista ahora del padre frente a su hijo. Es el que se plantea a Eneas, que Virgilio, autor latín, presenta como ejemplo de padre, llamándolo pater Eneas. ¿Puede vivir Eneas para Dido, ensimismado en su amor, dedicado a una vida tranquila, olvidando la marcha continua en que consiste su misión? La Eneida lo deja claro: no son verdaderas nupcias las que no se abren al futuro del hijo y olvidan la tarea encomendada a Eneas por sus antepasados en servicio a su pueblo. Estas preguntas plantean el problema del origen de la vida y de su importancia para la felicidad del hombre y para si misión. Filiación y paternidad son aspectos relacionados[30].

Teniendo en cuenta lo anterior, puedo subraya que esta situación no se limita solo al plano terreno y temporal, sino que se proyecta en una dimensión de trascendencia. Si el hombre se aleja de Dios, como Padre Creador y dador de un sentido personal y único para cada ser humano, más rápidamente se olvida y anula el lugar y la misión del padre humano y terrenal[31]. Pues, hace falta -éste es un desafío exigente- una reeducación de la paternidad que ha de seguir dos vías: educando en la imagen de Dios y educando en la experiencia del padre[32].

CONCLUSIÓN

Hace unos años, el escritor francés Patrick De Ruffray hizo esta afirmación: ‘’La humanidad es hoy un inmenso orfanato donde millones de personas se consideran sin Creador, sin redentor y sin padre. ¿Sufren tanto por ello? ¡Algunos están sufriendo absolutamente! Pero la mayoría son como pájaros a los que se les cortan las alas al nacer. Están hechos para volar, pero no lo saben’’[33]. Sin embargo, la religión responde a este deseo[34] fundamental de felicidad que reside en el ser humano. Y si no se capta el vínculo entre la fe y la felicidad, significa que la fe es todavía superficial o mediocre, y que aún no ha desarrollado todo su poder curativo y liberador en la persona.

La crisis antropológica actual, caracterizada por el hecho de que el hombre ha perdido sus raíces más profundas, y que se manifiesta en la crisis de la familia, debe considerarse como una crisis ética. Nos obliga a repensar al hombre, que, según el Papa Juan Pablo II, se ha alejado de la verdad anterior sobre el ser humano, y aparece como un extraño a sí mismo en la dimensión personal más íntima[35]. Así que lo describe Blanca Castilla, « en el fondo de esta crisis antropológica se encuentra una crisis de filiación, un oscurecimiento del origen divino y humano, que es don, que es amor »[36]. Esta crisis no sólo parece ser individual; es tan profunda que hunde sus raíces en el eclipse del sentido mismo del hombre” que ha llegado a negar a su padre, y ha renunciado a ser hijo.

Aquí hay una buena oportunidad para recordar una reflexión de Benedicto XVI en la primera parte de su libro Jesús de Nazaret. En él, el Papa propone leer el Padrenuestro ‘’al revés’’, para seguir los pasos de los peregrinos de Israel en el desierto. Después de haber sido liberados de la opresión de Egipto – ‘’líbranos del mal’’-; después de experimentar la necesidad de la misericordia –‘’perdónanos nuestras deudas’’-; después de recibir el maná que llueve en el desierto –‘’danos hoy nuestro pan’’; y después de trabajar en el servicio divino –‘’venga tu reino’’-; Israel llega a su meta, el Sinaí, donde se le revela la santidad del nombre divino, ‘’santificado sea tu nombre’’. Y este nombre, la última palabra de sabiduría, la última revelación de Dios, el que sólo se comprende plenamente después de haber recorrido todo el camino, es al mismo tiempo el más familiar, el más conocido, el más original: Padre. El Padre está, pues, al principio y al final. Él es la primera y la última palabra sobre Dios. Por eso su figura se resiste siempre a toda aprehensión, a entrar en nuestras pobres categorías. Sólo puede pronunciarse en su plenitud al final del viaje, cuando por fin encontramos su abrazo lejano[37].


[1] Véase François Tshionyi Kazadi, La créature sans le Créateur s’évanouit (GS 36, 3). Réflexions sur la dimension théologale de l’existence humaine (texto inedito, de próxima publicación).

[2] Cf. Blanca Castilla de Cortázar, « Repensar el don de la paternidad. A la luz de las enseñanzas de san Juan Pablo II, en el contexto de la cultura contemporánea », Varsovia 17 de octubre 2018, en:www.academia.edu

[3] Alejandra M. Planker de Aguerre, La misión del varón en la cultura actual (Buenos Aires : Editorial de la Universidad católica argentina, 2014), 39-40.

[4] Cf. T. Wolfe, Historia de una novela. Traducción de Juan Cárdenas (Cáceres: Editorial Periférica), cité par I. Serrada Sotil, « El padre: del fantasma al símbolo. La aportación de Paul Ricoeur », Anthropotes 35 (2019): 80.

[5] Cf. Ibid.

[6] Cf. Bl. Castilla Cortázar, « Repensar el don de la paternidad. A la luz de las enseñanzas de san Juan Pablo II, en el contexto de la cultura contemporánea »…

[7] Cf. Ibid.

[8] J. Philippe, La paternidad espiritual del sacerdote. Un tesoro en vasos de barro (Madrid, Ediciones Rialp, 2021): 11.

[9] Cf. José Granados, « Abrazar desde lejos. Reflexiones sobre la paternidad », Revista Berit International 12 (2011): 27.

[10] Cf. Ibid., 27-28

[11] Cf. Carlos Granados, « Abraham : la génesis de un padre », Anthropotes 35 (2019): 53.

[12] Cf. Blanca castilla Cortázar, « Repensar el don de la paternidad. A la luz de las enseñanzas de san Juan Pablo II, en el contexto de la cultura contemporánea »…

[13] Alejandra M. Planker de Aguerre, La misión del varón en la cultura actual, 45-46.

[14] Ibid., 46.

[15] Cf. Blanca castilla Cortázar, « Repensar el don de la paternidad. A la luz de las enseñanzas de san Juan Pablo II, en el contexto de la cultura contemporánea »…

[16] Véase Fr. Tshionyi Kazadi, La subjectivité morale du corps. Une relecture de Veritatis splendor 48 et de la Théologie du corps de saint Jean-Paul II (Madrid : Ediciones San Dámaso, 2022), 64-75 ; Idem, Reconstruire la féminité et la masculinité. Approche d’un défi actuel à la lumière d’une anthropologie uni-duelle et du personnalisme intégral (Texto inedito).

[17] Cf. A. V. Rubio, Cuando nos prohibieron de ser mujeres…y os persiguieron por ser hombres. Para entender cómo nos afecta la ideología de género (Editorial Alicia V. Rubio Calle, 2016), 355-360.

[18] Cf. Robert Sarah – Nicolat Diat, Se hace tarde y anochece (Madrid: Palabra, 2019), 205-206.

[19] Cf. Ibid.,183-184.

[20] Cf. Ibid., 207.

[21] Cf. J. Antonio Pagola, ‘’Más humanos sin Dios”:  Homilía del 5° domingo del T.O., ciclo C (06 febrero 2022).

[22] Ibid.

[23] Olimpia Tarzia, « Introduction », dans: Pontificium Consilium Pro Laicis, Femme et homme, l’humanum dans la totalité. Vingt ans après la lettre apostolique Mulieris dignitatem (1988-2008). Congrès International de Rome, du 7-9 février 2008 (Rome, Libreria Editrice Vaticana, 2010), 268-270ss.

[24] Juan José Pérez-Soba, El encuentro junto al pozo. Cómo hablar de fidelidad al emotivista postmoderno (Madrid, Ediciones Palabra, 2020), 63-73. Acerca del sujeto posmoderno y la tarea de la reconstrucción del sujeto moral cristiano, véase François Tshionyi Kazadi, La subjectivité morale du corps. Une relecture de Veritatis splendor 48 et de la Théologie du corps de saint Jean-Paul II, 357-425.

[25] José Granados, « Abrazar desde lejos. Reflexiones sobre la paternidad », 29.

[26] Cf. Ibid.

[27] Cf. Ibid.

[28] Cf. Ibid., 23.

[29] Cf. Ibid., 23.

[30] Cf. Ibid.

[31] Cf. Alejandra M. Planker de Aguerre, La misión del varón en la cultura actual, 47.

[32] José Granados, « Abrazar desde lejos. Reflexiones sobre la paternidad », 33.

[33] Véase uno de sus interesantes escritos sobre la espiritualidad: Patrick De Ruffray Dépassements: à la recherche d’un regard chrétien sur notre temps (C.L.D., 1986).

[34] Juan José Pérez-Soba describe muy bien el sentido de ese deseo que nace del encuentro con el que puede llenar nuestra existencia de sentido, al reflexionar sobre el dialogo de Jesús con la Samaritana: el deseo de la redención, de la plenitud (Jn 4). Cf. Juan José Pérez-Soba, op. cit. 11-13; 27-42.

[35] François Tshionyi Kazadi, La théologie du corps à l’ère de la nouvelle éthique mondiale. L’enjeu éthico-pastoral d’une réception africaine (Paris : Éditions Edilivre, 2019).

[36] Blanca Castilla Cortazar, « Repensar el don de la paternidad. A la luz de las enseñanzas de san Juan Pablo II, en el contexto de la cultura contemporánea »…

[37] Cf. José Granados, « Abrazar desde lejos. Reflexiones sobre la paternidad », 33.

Véase Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (Madrid: La esfera de los libros, 2007), capitulo 5: ‘’La oración del Señor’’.

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